6- QMEV PROCESO DUELO II



¡Esto no me puede estar pasando a mí!

¡Es injusto, yo no merezco esto!

¿Recuerdas? Es lo que casi siempre dices cuando el dolor aparece en tu vida.



Te dije que la negación es la primera fase del proceso del duelo. Pero cuando niegas, reniegas, y de esa forma entras de lleno en la segunda fase del proceso que es la IRA.



¿Quién quiere dolor? ¿A caso le gusta a alguien? Bueno, si a alguien le gustara le podríamos calificar como persona masoquista, es evidente.

Es lógico y natural que no te guste el dolor.

Por eso reniegas del dolor, te revuelves, te retuerces, re rebelas contra él. Y al hacerlo surge el SUFRIMIENTO. El sufrimiento es el resultado de todos tus esfuerzos por evitar el dolor y el resultado también de tu incapacidad para aceptar el dolor.

El dolor es una emoción natural, el sufrimiento, no.

El dolor es inevitable, incluso, puede que te sorprenda con esto, el dolor es necesario. Necesario porque es una señal de alarma que tu organismo, tu corazón, tu alma, te están lanzando. Una señal por la que reconoces que algo no va bien. La sensación de dolor tiene obvias ventajas para la supervivencia de los seres vivientes. Los aleja de factores que los lesionan e inmoviliza la zona donde se origina, lo que favorece la eliminación del trastorno que lo causa.

De hecho existe una enfermedad muy grave llamada analgesia que es la de aquellos que son insensibles al estímulo del dolor. Y con una enfermedad así, corre grave riesgo tu vida ya.



Sin embargo, el sufrimiento es algo diferente porque puedes evitarlo. ¿Cómo? ¿Fácilmente? No, desde luego que no es sencillo. Requiere un ejercicio tremendo de autocontrol.

Igual que sucede ante las contracciones de un parto que si cuando llegan te tensas, duele mucho más y entonces llega el sufrimiento. Y por eso a las futuras madres nos enseñan a respirar de distintas formas, para controlar nuestra tensión muscular y que no nos provoquemos a nosotras mismas con esa tensión, el aumento del dolor.



De la misma forma sucede con el dolor emocional.

La ira, esa rabia que surge cuando te niegas a aceptar el dolor, te hace sentir como si el universo entero estuviera confabulando contra ti para hacerte la vida imposible, de alguna manera sientes incluso que te tiene manía y que la ha tomado contigo.

Por eso mismo te pones a la defensiva, te sientes enfadado con todos.

Al fin y al cabo estás convencido de que todos y cada uno de ellos son responsables de tu situación, bien por provocarla, bien por no darse cuenta de ella ni hacer nada para ponerte una solución delante.



Detente un momento. ¡Piensa! En el fondo de esa sensación lo que se esconde es un poco de egocentrismo, un anhelo de ser el centro del universo, aunque sólo sea para ser el centro y la diana de los males y ataques del mundo entero.

¡Como si el resto de la humanidad no tuviera suficiente con sus propios problemas!



¿Dónde está la raíz de esa percepción?

La base es la falta de conocimiento de ti mismo. Es posible que tengas un concepto de ti mismo deformado, no real.

Cuando estás enfadado con el mundo, el mundo puede creer que te sientes superior a todos, pero la realidad es que estás así porque tu autoconcepto es deficiente, porque en el fondo, tus necesidades y carencias te colocan frente a demasiados vacíos internos y por eso te sientes inferior.

Tan inferior que no te ves capaz de cubrir esos vacíos y exiges que los cubran los demás, que tampoco son capaces porque, al fin y al cabo, no es a ellos a quien les corresponde realizar esa tarea ya que es algo que sólo tú puedes hacer, igual que sólo tú puedes comer o beber para ti.

Todos necesitamos conocernos a nosotros mismos como tarea clave, esencial, para aprender a vivir y a afrontar las situaciones que vayan llegando. Y tú, no eres menos, también lo necesitas.

Sé que es una tarea muy ardua porque somos limitados y eso hace que siempre tengamos una visión parcial de la realidad. Tratar de ampliar esa visión supone mucho esfuerzo, dedicación y trabajo interior.

Y también requiere mucha humildad y reconocer que faltan demasiados datos de juicio para poder emitir una sentencia rotunda sobre prácticamente nada.

Así que intenta no ser tajante a la hora de calificar las cosas, menos aún si se trata de personas.

Recuerda las palabras de Jesucristo: No juzguéis y no seréis juzgados



Ni siquiera seas categórico cuando se trata de ti mismo. Conócete lo máximo posible, reconoce tus cualidades y tus limitaciones. Asúmelas para poder trabajar con ellas y gestionar tu vida desde la mayor autenticidad posible.

Y confía, porque hay alguien que te conoce extremadamente bien y ése es Dios:

Hasta los pelos de la cabeza tenéis contados.



Te decía al principio que el sufrimiento es el resultado de todos tus esfuerzos por evitar el dolor y el resultado también de tu incapacidad para aceptar el dolor.



Tu incapacidad de aceptar el dolor procede en buena parte de que no sabes hasta qué punto vas a ser capaz de afrontar lo que está por llegar y por eso lo temes y por eso luchas por evitarlo.

Cuando te conozcas a ti mismo, descubrirás los recursos que posees para poder enfrentar lo que venga, lo dejarás venir, lo aceptarás y aprenderás. Eso a su vez te dotará de nuevos y mayores recursos para desafiar lo siguiente y así sucesivamente. Irás viendo cómo creces y eso mejorará tu autoconcepto, aumentará la confianza en ti mismo y dejarás de aborrecer a ese mundo que se queda al margen de tus desgracias ya que sabrás que no es al mundo a quien le corresponde afrontarlas, sino que es tu labor, todo un reto, toda una oportunidad.



Cristo padeció en el Huerto de los Olivos, mucho, tanto que llegó a sudar sangre, sólo las personas sometidas a una angustia severa llegan a expulsar sangre por los poros de su piel. Imagina el estrés extremo que pasó en el Huerto Jesucristo. Sin embargo, no renegó ni se rebeló. Al contario, lo aceptó:



Que no se haga mi voluntad sino la tuya


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