Por sus frutos los conoceréis


En los últimos días, no sé si será con la llegada del buen tiempo, o porque las hormonas andan revueltas, me he encontrado con varios enfrentamientos entre los alumnos en las clases.
Los chicos han entrado casi sin darse cuenta en una espiral de faltas de respeto e insultos de las que ahora no quieren o no saben salir. ¡Y me da tanta pena y tanta rabia verlos hacerse tanto daño!
La única forma de romper con ese mal ambiente es que alguien corte la espiral. Y para eso, hacen falta muchas dosis de paciencia, de humildad y de perdón.
Me esfuerzo, no por mediar entre ellos ya que les cuesta escuchar, sino por hacerles caer en la cuenta de que así, no llegarán a ningún sitio en donde encuentren la felicidad. Pero, sólo el paso del tiempo mostrará si todo ese esfuerzo sirve para algo positivo o no.
Como ya he comentado en otras ocasiones, no es a nosotros, a los que nos dedicamos a la enseñanza, a quienes nos corresponde recoger los frutos de lo que sembramos día a día, con constancia y tesón.
Continuamente debo hacer un ejercicio interno para asumir que es así y no llegar a desesperar o dejarme vencer por el desánimo.
En la vida, todo aquello por lo que nos esforzamos y por lo que luchamos, todo por lo que sufrimos, termina dando sus frutos si nos enfrentamos con serenidad y determinación a la cruz que nos toca llevar. Si lo hacemos con la confianza puesta en el amor de nuestro Dios Padre, que nos cuida y protege por encima de todo, los frutos serán muy buenos y serán abundantes. Y ya nos dijo Jesús: “¡Por sus frutos los conoceréis!”
El problema está cuando nos impacientamos y queremos recoger esos frutos de forma inmediata, sin dejar que la plantita surja de la tierra, que se eleve del suelo y que acabe floreciendo.
Una vez aceptado que el papel del educador es el de sembrar y no el de recoger, mi trabajo se aligera, mi paciencia se multiplica y mi determinación se fortalece. Solo así podemos afrontar cada nuevo día nuestra tarea como un reto y no como una carga.
A pesar de eso, en ocasiones tengo incluso el inmenso privilegio de recibir alguna “cosecha”, que, por pequeña que sea, la acojo como un regalo enorme.
Siempre dije que me bastaba con saber que una sola frase, un detalle o una atención en mis clases, podía haber servido para iluminar la vida de alguno de mis alumnos para saberme recompensada por todo mi trabajo. Sin embargo, cada curso compruebo que ¡recibo de ellos muchísimo más que eso!
Mirar a los ojos de mis chicos, descubrir en ellos algo de lo que ni siquiera son aún conscientes, y pedirles que luchen, que saquen fuera lo mejor de sí mismos, que no se conformen con cualquier cosa porque han nacido para SER FELICES, ya que ése es el deseo de Dios, es para mí, vivir en una posición muy privilegiada. Mi vocación como profesora me regala esa posición.
Pero si, además, con el paso del tiempo, compruebo cómo alguno de los chicos que más quebraderos de cabeza dieron en su día, va madurando y aprendiendo a dar sentido a su vida… ¡Eso sí es para mí como el “sueldo” de todos estos años! ¡Eso sí es poder recoger los frutos, los frutos de mis chicos!… ¡Los frutos de tantos chicos que sólo necesitan que alguien vea en ellos su valía y confíe en sus capacidades!
Porque “todo árbol bueno, da frutos buenos”, el mundo está sediento de frutos buenos y ellos tienen mucho que dar al mundo.


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