El sacerdote, signo de contradicción.


Siempre me ha resultado curioso el siguiente texto que refleja con bastante claridad una triste realidad:


EL SACERDOTE, SIGNO DE CONTRADICCION

-Si predica más de diez minutos..., es que no acaba nunca. Si predica menos de diez minutos..., es que no se ha preparado.

-Si trata de temas sociales..., es que es de izquierdas. Si trata de temas morales..., es que es de derechas.

-Si está mucho en el despacho..., es que no está en contacto con la realidad. Si visita a las familias..., es que no tiene nada que hacer.

-Si hace obras en la iglesia..., es que tira el dinero por la ventana. Si no las hace..., es que es un dejado.

-Si hace salidas con los jóvenes..., es que descuida la parroquia. Si no las hace..., es que no se preocupa de los jóvenes.

-Si visita el barrio y sus gentes..., es que se mete en todo. Si no lo hace..., es que va a lo suyo y la gente no le interesa.

-Si está….es que le gusta hacerlo todo. Si no está… lo que sale mal es porque no está.

-Si da órdenes…es porque es un autoritario. Si no las da…. debiera haberlo hecho.

-Si es perfeccionista…….es un raro. Si admite todo... es un vulgar

-Si canta…… es un jilguero. Si no canta…..es un soso

-Si bebe……es un borracho. Si no bebe…….es que no sabe alternar

-Si celebra muchas misas…….es un mísero. Si celebra sólo una…..es un vago.


Debemos hacer muy presente en nuestra vida de fe el profundo significado del sacerdocio.

El sacerdote es una persona – sacramento.


Por el hecho de ser persona, tiene limitaciones, debilidades, imperfecciones. Lo mismo que cualquiera de nosotros.


Y eso nos hace que nos olvidemos de que el sacerdote es también un sacramento permanente. Eso quiere decir que el sacerdote es un signo, él es una realidad que vemos, por supuesto, pero que nos enseña y nos lleva a una realidad que no podemos captar sólo con nuestros sentidos. Y esa realidad es el amor de Dios.

Sólo por ello, merecen nuestro más profundo respeto.


El sacerdote es una persona que responde “Sí” a una llamada interior, a una vocación de servicio y de entrega a todos y cada uno de nosotros.


Estoy plenamente convencida de que desearían poder atender con mayor implicación a cada una de las responsabilidades que les son asignadas. Pero les resulta materialmente imposible. Y esta situación se está complicando cada vez más y más. Lamentablemente, asistimos a un momento en el que son menos los que responden con un “Sí” a la vocación sacerdotal. El número de sacerdotes disminuye y, como consecuencia inmediata, aumenta la carga de trabajo de cada uno de ellos.


Es urgente que nos percatemos de esta situación cuanto antes, porque es necesario que nosotros, los fieles, cambiemos nuestras estructuras mentales, nuestras cómodas costumbres para comenzar a facilitarles la ardua tarea que les ha sido encomendada. Debemos dejar de pretender que cubran absolutamente todos los “huecos”.


Es francamente difícil mantener un ritmo constante de idas y venidas, reuniones, encuentros, procesiones, novenas, rosarios, confesiones, etc. sin que los fieles les demos ni nuestro apoyo ni nuestra compresión. Es imposible que puedan estar en dos y hasta tres sitios a la vez. Sin embargo, nos llega a ofender que no lo logren.


El sacerdote, no sólo recibe golpes desde fuera de la Iglesia. En cuanto uno de ellos comete un error meten a todo el colectivo en el mismo “saco”. Por cierto, esa actitud injusta no he visto que se tenga con ninguna otra profesión.

El sacerdote recibe, también, golpes desde dentro de la misma Iglesia.

Los fieles, en vez de criticarlos tanto, deberíamos rezar más por ellos, ser más comprensivos, apoyarlos incluso ofrecerles el mucho o poco tiempo del que dispongamos para ayudarlos en su tarea, adaptarnos y asumir las nuevas circunstancias en las que vivimos.

No debemos olvidar que el cuidado de su vocación sacerdotal también es responsabilidad nuestra.


Sé de primera mano que muchos sacerdotes están sufriendo la incomprensión y testarudez de sus feligreses que se empeñan en mantener con un solo sacerdote el mismo programa de actos y celebraciones que anteriormente realizaban hasta dos y tres sacerdotes.


Y a pesar de todo, hace unos meses nos sorprendieron con los resultados de un estudio en el que se afirmaba que los sacerdotes tienen la profesión más feliz del mundo. Sin lugar a dudas, esa felicidad debe tener un origen trascendente, porque lo que es por nosotros…


¡Qué hermosa me resulta la reflexión final de Juan Manuel Cotelo en su película “La última cima”! Hace balance de los acontecimientos más importantes de su vida y descubre, en todos ellos, la presencia de un sacerdote por el que nunca se ha preocupado, por el que ni siquiera ha rezado.

Y concluye:”Perdóname, querido cura, porque yo te he dejado sólo, aunque tú siempre has estado conmigo. No volverá a suceder. ¡Muchas gracias, cura!”


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1 comentarios:

Anónimo,  12 de junio de 2013, 6:02  

Felicitaciones por tus puntos de vista, uno normalmente no los ve.

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