ULTREIA 6 Etapa 4ª




Cacabelos-Vega de Valcarce
25,6 km
10-08-13
Cinco y media de la mañana. Nos despertamos. A esas horas intempestivas me sorprende no haber sentido pereza para levantarme ni una sola vez. Lo cierto es que cada mañana me levanto con ilusión ante la expectativa de lo que pueda depararme el nuevo día y eso me impulsa.
Como cada mañana, recogemos y nos preparamos para comenzar la etapa. Salimos Quique y yo por delante de nuestra familia del Camino, quedamos en acabar la etapa en un pequeño pueblo llamado Ruitelán. Quique conoció el albergue de allí el año pasado y sabe que los hospitaleros preparan una cena suculenta cada noche para que puedan disfrutarla todos  los peregrinos.
El primer punto importante de la etapa será Villafranca del Bierzo. Comenzamos con una subida y seguiremos subiendo hasta Villafranca. Quique me cuenta su dura experiencia del pasado año en esa subida durante las horas de más calor. Como hoy me siento físicamente mejor, prefiero no imaginarme lo que tuvo que pasar.
Estoy más recuperada. La tarde relajada de ayer me ha sentado bien, aunque aún note las secuelas de Cruz de Ferro, voy entonando mis músculos. Volvemos a caminar entre viñedos. Tenemos encuentros con algún que otro grupo de peregrinos y charlamos con ellos mientras seguimos caminando.
Antes de poder ver Villafranca nos toca afrontar una última cuesta bastante empinada, en ella coincidimos con un peregrino que va en bicicleta, un bicigrino que decimos nosotros. La pendiente es tan inclinada que va clavado y le adelantamos a él pero le damos ánimos y le decimos que luego, cuando termine la cuesta, nos pasará a nosotros a toda velocidad. Y así es, nos reímos al volverle a desear Buen Camino cuando los adelanta veloz en la bajada.
Me encanta la facilidad de relacionarse con las personas que te ofrece el Camino, donde todos vamos hacia un mismo destino.
Al entrar en Villafranca Quique me cuenta la anécdota que tuvo con la máquina de refrescos que hay allí y la generosidad de unos peregrinos que al verle llegar tan mal le invitaron a una bebida fresquita para que se repusiera. Es uno de esos gestos de auténtica generosidad que hacen que te reconcilies con la humanidad y recobres la esperanza en ella.
Villafranca del Bierzo es un pueblo precioso, aún se siente algo del frescor de la mañana. Elegimos la plaza del pueblo para hacer nuestra primera parada. En la terraza del bar en el que estamos hay varios bicigrinos y compartimos con ellos una charla muy interesante. Quique les da consejos para subir el monte Cebreiro y ellos nos hablan de las distintas actitudes que han encontrado en otros peregrinos que hacen el Camino en bici. Unos saborean cada kilómetro y otros lo viven como si estuvieran en competición.

De nuevo arrancamos y cruzamos lo que queda de pueblo. A medida que vamos dejándolo atrás podemos verlo desde lo alto, la estampa es maravillosa. Y de pronto, unas voces llaman nuestra atención. ¡Son de nuestra familia del Camino! Vivimos el encuentro como si lleváramos días sin vernos, lo celebramos haciéndonos fotos con el sol del nuevo día y seguimos todos juntos caminando y compartiendo camino.
Las charlas con unos y otros, las risas y el buen humor, hacen que los kilómetros se sucedan sin darme cuenta. Me voy sintiendo cada vez mejor, física y anímicamente.
En esta etapa nos toca hacer varios kilómetros a la orilla de la carretera nacional, es más duro caminar por asfalto pero tenemos la suerte de seguir la orilla de un río precioso con árboles que nos ofrecen su maravillosa sombra.
Aunque vamos toda la familia junta tengo espacios de soledad y disfrute de la naturaleza que hay a mi izquierda.
Unas mariposas revolotean por mi costado y luego alzan el vuelo buscando otros lugares. Me quedo sonriendo ensimismada. Entonces viene a mí la primera imagen del día: la INERCIA
A veces avanzamos por inercia y esa misma inercia hace que nos olvidemos de contemplar las "pequeñas cosas" que te sanan el alma y están ahí, entre la rutina del día a día, en la rutina de El Camino.
El rumor del río, las mariposas que revolotean a tu paso y los olores. Los olores de hoy son muy especiales. Estoy pasando al lado de muchas higueras y tienen un aroma delicioso. ¡Cuánto me apetece comerme ahora mismo unos higos! Pero aún no están maduros, no es su época, por más que miro, todos están demasiado verdes. Eso reaviva mi reflexión sobre la espera en la vida y que hay que "Saber Esperar" a que los frutos maduren.
Llegados a un pequeño pueblo, nuestra familia del Camino decide descansar, pero Quique y yo nos sentimos tan bien en ese momento que preferimos avanzar antes de que fallen las fuerzas.
No tardan mucho en desaparecer. El calor empieza a hacer mella en nosotros y sentimos que viene el momento de bajón.
Viene a mi cabeza una nueva imagen: SABIDURÍA
Sabiduría para descubrir el punto medio exacto entre quedarse asentado en la mediocridad y la pereza o desgastarse en una lucha extrema que traiga como consecuencias la rotura física o psicológica.
A veces hay que parar a descansar, pero arrancar luego es mucho peor hasta que los motores calientan de nuevo.
¿Dónde está el equilibrio?
Averiguarlo requiere conocerse mucho a uno mismo y eso conlleva tiempo y dedicación. Pero intuyo que es una tarea fascinante que me llevará toda la vida.
De pronto en medio de estos pensamientos, vemos una furgoneta que vende fruta. No hay higos, ¡pero sí cerezas!
¡¡Mmmmm!! Estas cerezas están magníficas, Quique y yo nos ponemos mano a mano a comérnoslas mientras seguimos dando un paso tras otro.
Creo que nunca había saboreado tanto unas cerezas. De nuevo, disfruto de esas pequeñas cosas que el día nos va ofreciendo.


PARTE 2

La energía que nos dan las cerezas no dura mucho tras acabarlas. Paramos en una gasolinera, nos descalzamos, comemos algo más. Mis pies se quejan cuando vuelvo a ponerme las zapatillas, mis piernas chillan al levantarme y volver a caminar. Sin embargo, no hay otro remedio, hay que seguir.

El calor y el cansancio hace que demos por concluida la etapa un poco antes de lo previsto. Al llegar a un pueblo llamado Vega del Valcarce tratamos de contactar con nuestra familia del Camino para avisarles de que paramos allí, porque no podemos más. Ruitelán sólo está a un kilómetro y medio, pero se nos hace impensable caminar 20 minutos más bajo ese sol abrasador.

Las circunstancias físicas han provocado que nos separemos del grupo que hemos ido formando de forma natural y fluida. No logramos contactar a tiempo con ellos. Eso me genera cierta tristeza pero confiamos en volver a reencontrarnos mañana.
Un albergue privado con un aspecto formidable nos tienta a quedarnos allí. Pero sale a nuestro paso un cartel que anuncia un albergue parroquial, diferente, atendido por voluntarios de la Hermandad agustiniana. Hay tan pocas oportunidades en el Camino de alojarse en un lugar así, por eso decidimos buscarlo. Nos cuesta un poco llegar a él. Casi me arrepiento de la decisión al ver que tenemos que cruzar medio pueblo hasta encontrarlo. Pero cuando al fin lo vemos al fondo de la calle, aparecen en la lejanía dos jóvenes que nos dicen: ¡Bienvenidos, peregrinos!
¡Oh! ¡Qué maravilla de recibimiento! Ya sólo por esto ha merecido la pena recorrer medio pueblo. Al entrar en el patio nos saludan varios jóvenes sonrientes con un agua de limón que quita el hipo. Tras la dura batalla final, tener una acogida tan especial, es fascinante.
Dos chicas alegres y simpatiquísimas recogen nuestros datos, una de ellas es Rebeca, que nos explica los horarios de encuentros y actividades que organizan cada día para crear ambiente de hermandad entre los peregrinos que vamos allí.
Las habitaciones son pequeñas, sólo hay dos literas en la nuestra, esto nos va a proporcionar un mejor descanso. Al poco llega un peregrino de Jaén que se llama Rafael. ¡Rafael! Nos da la risa y le explicamos lo sucedido en Manjarín con la encomienda templaria y sus invocaciones al arcángel Rafael. Se ríe incrédulo ante nuestra historia.
El baño para chicas en la casa es individual así que al fin puedo disfrutar de una ducha tranquila y relajada. Luego la rutina de lavar y tender la ropa al sol para que se seque cuanto antes.
Tenemos que volver al centro del pueblo a buscar un sitio donde comer. Cuesta encontrarlo y cuando lo hemos encontrado, la cocina no es para tirar cohetes. Pero lo que más nos importa es regresar cuanto antes al albergue y poder descansar.
Al llegar a la habitación encontramos en ella a una chica coreana. Trato de establecer comunicación en inglés con ella pero resulta muy complicado, parece muy tímida.
Al de despertar de una reparadora siesta y, mientras me desperezo, escucho por la ventana los cantos de los jóvenes que se han unido a los peregrinos para tener un primer encuentro donde comparten experiencias.
Oigo canciones y risas. Momentos de vidas compartidas que se encuentran en un cruce del camino y trasciende mucho más allá que otros encuentros en la vida como  una "simple charla" en un café o un baile con una copa de la mano.
Cuando al fin logro levantarme, bajo las escaleras hacia el patio donde tienen el encuentro como un auténtico patito, me cruzo con otros peregrinos y me río de mí misma diciéndoles que no sé cómo voy a ser capaz de llegar a Santiago con esos andares.
Terminan el encuentro justo cuando me uno a ellos. Quique me informa de que esta noche tenemos cena compartida y de que cada peregrino nos encargaremos de traer un plato. Nos ha tocado la ensalada. Así que volvemos al centro del pueblo a buscar un pequeño supermercado donde abastecernos.
Allí nos encontramos con más peregrinos alojados en nuestro albergue que también está comprando la cena y nos hacen el favor de llevar nuestros ingredientes al albergue para poder ir a la misa especial para peregrinos celebrada por padres agustinos. Me siento inmensamente agradecida de no tener que hacer el paseo de ir al albergue y venir de nuevo a la iglesia parroquial de nuevo.
La iglesia es muy acogedora, el ambiente invita al sosiego y al descanso. La paz que siento ante el sagrario va expandiéndose en mi interior.
Está cuidado cada detalle de la eucaristía, los jóvenes ambientan con sus voces, Rebeca toca la guitarra, por alguna extraña razón, siento algo que me llama a poder conocer más de ella.
El sencillo signo del acto penitencial me emociona y me inspira, todos tenemos debilidades y las del peregrino se manifiestan principalmente en sus pies, por ello realizan un sencillo lavatorio de pies con tres peregrinos, el resto participamos leyendo las lecturas, peticiones y ofrendas y hacemos cada uno en nuestro idioma. Al final tenemos una bendición especial para peregrinos. Es muy emotiva. Me lleva a sentir que existe en este lugar y en este instante una unión íntima y profunda entre todos, aunque no nos conozcamos.
Tras la misa, la mesa. La cena la han cocinado con todo esmero y entusiasmo unos bicigrinos, son dos matrimonios italianos que están haciendo el Camino en bicicleta y nosotros tenemos la gran suerte de coincidir con ellos en esta parada. Son muy alegres, simpáticos, generosos, entregados… y ¡buenos cocineros! Menuda pasta más rica nos han preparado.
La cena es muy especial, todos sentados en dos grandes mesas, ceno al lado de Rebeca, es nuestra ocasión para poder conocernos un poco. Es muy entusiasta y vive su papel como hospitalera en el Camino de forma profunda. Compartimos una conversación preciosa sobre sus experiencias en el Camino, sus estudios y trabajo y la vida y actividades del grupo agustiniano a quien pertenece.
Tras la cena todos ayudamos a recoger y limpiar, es otro buen momento de convivencia que va a culminar en con un tiempo de encuentro muy especial en la oración de la noche.
La oración está preparada con mucha delicadeza y buen gusto, el ambiente, al aire libre, es perfecto, el silencio, la paz y ser uno en todos los que estamos sentados alrededor de ese círculo hacen que me sienta muy bien. Se comparten experiencias que me emocionan y trato de serenar mi inquietud ante la etapa que nos toca vivir mañana: la entrada en Galicia tras la subida al monte Cebreiro de la que todo el mundo habla con temor por su dureza. En la oración se nos habla de esa etapa a la que todos nos enfrentaremos mañana y se nos anima a confiar en que superaremos ese reto.
Pienso en nuestra familia del Camino y me da mucha pena que no estén pudiendo vivir la experiencia de alojarse en este albergue tan fantástico que te llena los pulmones de un aire renovado.
Al final del encuentro de oración compartida nos dan un pequeño papelito con forma de concha y una frase de San Agustín en la parte de atrás. A cada peregrino nos toca una diferente.
Nada más recibir la mía, la leo con avidez:
“Mucho deja quien no solo deja lo que tiene, sino cuanto desea tener”.

Por unos instantes se me olvida que debo seguir respirando por el impacto que me provoca leer esa frase. He sabido inmediatamente qué es eso que deseo desde siempre en mi vida pero quizá deba dejar. Ese desprendimiento se me antoja largo y duro, mucho más que el propio Camino de Santiago. No quiero desprenderme de ello y por eso dudo de si será necesario hacerlo o no, pero intuyo que puede ser la mejor fórmula para llegar a ser realmente libre.
El día se oscurece durante la oración, al terminar gozamos de un cielo plagado de estrellas y una charla muy cercana y alegre con los matrimonios italianos. Quique me está dejando asombradísima por lo bien que se maneja con el italiano sin haberlo estudiado nunca. Pero yo tengo que quedarme un poco al margen de esa charla tan bonita por no saber el idioma, aunque intervengo con un poquito de inglés.
El tiempo avanza y todos decidimos que ha llegado la hora de descansar. Agradezco a Dios los inmensos dones de hoy: las pequeñas cosas de las que he disfrutado y haber conocido hoy a tanta buena gente. Nos acostamos con una sonrisa en los rostros a pesar de que no me siento muy segura de mis posibilidades para mañana dada la lección que el Camino me ha dado tras la bajada de Cruz de Ferro. Sin embargo, siento paz y me duermo pensando: “A cada día le basta su afán” Mt. 6, 34




  





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